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Misa Diocesana Peregrinación De La Vida

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OBISPO CHARLES C. THOMPSON

Dios debe tener un buen sentido del humor, como es evidente por el hecho de que nuestra misa de peregrinación de la vida anual Diocesana se celebra cada año en la fiesta de la conversión de San Pablo. Como en años pasados, nuestra celebración marca él envió de los peregrinos de todas las diócesis para tomar parte en la marcha anual por la vida, en Washington, D.C., conmemorando el desafortunado de 1973 por la Corte Suprema “Roe v. Wade” decidiendo legalizar el aborto. Saúl, que más tarde se conocería como Pablo, habiendo participado previamente en el asesinato de San Esteban, lo mandaron a seguir persiguiendo y matando a aquellos que se atrevían a seguir el camino de Jesucristo. A lo largo del camino, sin embargo, él experimenta una experiencia profunda de la concesión que lo conduciría a pasar el resto de sus días defendiendo la misma fe que él había intentado destruir. Y lo haría a expensas de su propia vida. Su martirio no dejo dudas acerca de su completa transformación de haber participado anteriormente en una cultura de la muerte al fiel discipulado misionero en Jesucristo.

    Jesucristo declaro ser el Camino, la Verdad y la Vida. Él vino para restaurar la vida en lugar de destruirla. De manera bastante dramática, Jesús confronto a Saúl acerca de su complicidad con el mal de la muerte y la destrucción. Lo hizo, no para avergonzarlo sino para lograr la conversión de Saúl. Según la enseñanza católica, aunque generalmente mucho menos dramática que la experiencia de Saúl, la conversión es un proceso que dura toda la vida. La conversión autentica se basa en el encuentro. El encuentro con lo sagrado y la relación personal con Jesucristo esta intrínsecamente ligada a la dignidad de toda vida y creación. Tal encuentro está en el corazón el estar a favor de la vida y no en contra de la vida.

    Para estar verdaderamente a favor de la vida en el entendimiento de la iglesia es necesario involucrarse en una cultura de encuentro. Estamos llamados a encontrar la santidad de la vida, la dignidad de la persona humana, desde el momento mismo de la concepción hasta la muerte natural. Estar a favor de la vida es más que estar en contra de algo, como el  aborto. Estar a favor de la vida es mantenerse consistentemente en la dignidad y la santidad de la vida en todas las circunstancias. Todo está interconectado. En una cultura de encuentro, ninguna persona o aspecto de la creación queda excluido. Aceptar y abrazar a Jesús como el Camino, la Verdad yla Vida implica necesariamente preocupación por los que no han nacido, los ancianos, los pobres, los inmigrantes, los marginados, los rebeldes, los enfermos, los moribundos, los condenados a muerte y toda la creación.

    En nuestra lectura del Evangelio, hablando a los once poco después de su resurrección y justo antes de su ascensión, Jesús provee él mandato para aquellos que se atreven a llamarse ser su discípulo; “Vayan al mundo y proclamen el Evangelio a todas las criaturas”. Él continúa describiendo varias maneras en las cuales ellos superarán los desafios y las dificultades para lograr la salvación y la restauración de la vida. Al igual que Jesús, en última instancia ellos sacrificarán sus propias vidas por el bien de la Buena Nueva que están siendo llamados a adoptarla y proclamarla.

    Los que participan en la peregrinación de la vida ciertamente son enviados a proclamar la Buena Nueva, habiendo aceptado el Evangelio de la Vida. Este mandato, arraiga en los Sacramentos de Iniciación: A saber que, el bautismo, la confirmación y la Eucaristía no se destinan a unos pocos selectos ni en momentos selectos. Más bien, en todas las circunstancias, cada uno de nosotros debe hacer de nuestra parte para proclamar el Evangelio por medio de nuestro constante testimonio a favor de la vida. Como San Pablo, debemos permitir nuestra transformación a medida que buscamos realizar esa transformación en los demás. Ser discípulos misioneros en servicio alegrándose en el Evangelio, exige necesariamente una disposición al sacrificio. Vivamos para servir para que otros puedan vivir. La vida misma es una peregrinación. Contamos nuestras bendiciones en el camino, miramos al Señor enfrentándonos a cualquier desafío que venga antes de nosotros y testifique de la alegría de vivir en Jesucristo.