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La Fe Impregna El Ciclo De Vida A Través De Nuestras Familias

By Bishop Charles C. Thompson
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Bishop Charles C. Thompson

Recientemente bauticé a una sobrina nieta, la segunda hija del segundo hijo de mi hermano, a quien también bauticé tan sólo a un poco más de un año después de ser ordenado sacerdote. Tuve el honor de ser el testigo de bodas para la boda de mi hermano pocas semanas antes de entrar al seminario, y serví como lector en la boda de mi hermana. Mis dos hermanos, más jóvenes que yo, son abuelos. Mi hermano tiene cuatro hijos, y mi hermana tiene tres. Mis siete sobrinas y sobrinos han sido completamente iniciados en la Iglesia por medio de los Sacramentos del Bautismo, la Confirmación y la Eucaristía. Ahora han comenzado a casarse y a formar sus propias familias, haciéndome participe de una segunda generación de celebraciones sacramentales. Mis padres estaban presentes en el bautismo de su bisnieta. Mi padre, quien sufrió un derrame cerebral el pasado Octubre, se sentó, silenciosamente, en una banca de la Iglesia para la celebración. A pesar de que se ha recuperado bastante bien, él está claramente débil y un tanto enfermizo a los 75 años.  Como sacerdote, y ahora como obispo, tengo el privilegio de estar en medio de estos momentos muy profundos en el ciclo de la vida y de la fe.

A pesar de que no era mi primer bautismo como un tío abuelo—ahora tengo seis sobrinas grandiosas—este bautismo más reciente realmente recalcó en mi acerca de cómo la fe se transmite en las familias de generación en generación. Con mis padres presentes para el bautismo de su bisnieta, representamos a cuatro generaciones de la familia. Esta no es diferente a otras celebraciones—cumpleaños, bodas, fiestas, etc., pero de alguna manera estaba un poco más consciente de cómo la fe impregna el ciclo de la vida. ¿Viviré para presenciar el matrimonio de mi sobrina nieta o sobrino nieto? Si es así, ¿Estaré invitado a presenciarlo? ¿Tendré la oportunidad de bautizar al hijo o la hija de mi sobrina nieta o sobrino nieto? Todo esto coincide con el hecho de que soy parte de una gran familia Católica. Mi padre era uno de 13 hijos y mi madre era una de 16 hijos, por lo que no debería ser demasiado sorprendente que tenga 90 primos hermanos y más de 200 primos segundos (Dejé de contar éstos hace mucho tiempo).

No hace falta ser un peso pesado mental para darse cuenta de que algunas de esta reflexiones más profundas de mi parte están influenciadas por la Exhortación Apostólica del Papa Francisco 'Amoris Laetitia ( "La Alegría del Amor: Sobre el Amor en la Familia"). Después de todo, si puedo descifrar esto, tiene que ser bastante obvio. A la luz de la Exhortación Apostólica del Santo Padre, debemos ser profundamente conscientes de cada uno de los miembros de nuestras familias. De ninguna manera mi familia es perfecta o ideal. Después de todo, me incluye. Algunos miembros de mi familia, tanto mi familia inmediata como los parientes lejanos—son más cercanos que otros. Algunos están profundamente heridos—física, emocional y / o espiritualmente. Nuestro árbol familiar incluye algunos matrimonios maravillosos, así como separaciones, divorcios y diversos tipos de uniones "irregulares."

Mientras que nos esforzamos por mantener los ideales del matrimonio y la familia, como el Papa Francisco maravillosamente expresa en Amoris Laetitia, una familia tan grande como la mía se ve obligada a tener algunas luchas en la realidad vivida de tales ideales. Sin embargo, como se estipula claramente en los principios de nuestra fe Católica, todos y cada uno de nosotros ha sido creado de manera única a imagen de Dios y abrazado como miembro de la familia santa de Dios. En su exhortación apostólica, el Santo Padre ofrece una hermosa visión general bíblica y teológica del matrimonio y de la familia. Afortunadamente, él no se detiene allí. Con el corazón pastoral de un pastor, el Papa Francisco pasa a compartir conocimientos profundos a través de diversas perspectivas pastorales para nuestra consideración. Él fomenta una mejor formación y educación en las escuelas, en los seminarios de formación, en las charlas pre-matrimoniales, y en el cuidado pastoral para parejas casadas y para las familias. El Santo Padre expresa su especial preocupación por el bienestar espiritual, emocional y físico de los niños. Sin evitar controversia o temas sensibles, el Papa Francisco escribe en profundidad sobre la necesidad de una pastoral de acompañamiento, discernimiento e integración de la debilidad en el Capítulo 8 de Laetitia Amoris, el capítulo que parece estar recibiendo el mayor escrutinio desde todos los ángulos.

Al final, aunque raramente son ideales, todos y cada uno de nosotros estamos llamados a la santidad. La santidad no está al alcance del mero mérito humano, no importa cuán perfecto uno pueda parecer, pensar o sentir. Parafraseando al Papa emérito Benedicto XVI, no reclamamos o pedimos tanto poseer la verdad, sino ser poseídos por la verdad. La verdad no es un objeto o ideal, sino una persona. Como el papa Francisco y el Papa emérito Benedicto han insistido en múltiples ocasiones, debemos dejarnos transformar por la persona de Jesucristo. Él es el Camino, la Verdad y la Vida.

Reconocer que mi familia, tanto inmediata como extendida, no es perfecta (especialmente dado el hecho de que soy un miembro de la misma), cada día rezo para que crezcamos como individuos y como familia en la santidad, al permitirnos a nosotros mismos ser transformados por la verdad a través de una relación personal con Jesucristo. Para ello, cada uno de nosotros debe hacer su parte. Todo comienza con la oración, tanto individual como comunitaria. También hay que reconocer que no puede haber auténtico amor a Dios sin el amor de los unos a los otros. Debemos esforzarnos por cultivar las virtudes de la fe, la esperanza, la caridad, el valor, la humildad, la gratitud, la generosidad, la paciencia, la fortaleza, la comprensión y el perdón. ¿Y qué es la fe sin obras? El sello distintivo del verdadero discipulado se realiza en el servicio. A pesar de cualquier debilidad o desafío que el matrimonio o la familia debe afrontar, la gracia de Dios es suficiente. No hay que temer o perder la esperanza. De generación en generación, ojalá cada persona y familia crezca en el conocimiento y el amor a Dios cuya misericordia es sin fin. Por lo tanto, ¡nos damos cuenta de la Alegría del Amor!