Southwestern Indiana's Catholic Community Newspaper
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Debemos Responder A La Violencia - No Reaccionar A Ella

By Bishop Charles C. Thompson
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BISHOP CHARLES C. THOMPSON

Aunque no estoy seguro si alguien dentro de la Conferencia de Obispos Católicos de Estados Unidos miró hacia el futuro antes de determinar el 9 de Septiembre como el Día Nacional de la Oración por la Paz en nuestras Comunidades, las lecturas de la escritura para el Viernes de la 23ra semana del tiempo Ordinario ciertamente se enfocaron en el tema. El Espíritu Santo provee para aquellos que se atreven a abrir sus mentes y corazones a la voluntad del Padre y el camino del Hijo. Que así sea para nosotros mientras buscamos maneras de responder en lugar de reaccionar al aumento de los actos de violencia, odio y terrorismo que están afligiendo a nuestra nación y al mundo.

 

Como San Pablo deja claro en su carta a los Corintios, estamos obligados a proclamar el

Evangelio. No podemos predicar cualquier evangelio o mensaje, especialmente, no el de nuestra agenda personal. El Evangelio que estamos obligados a proclamar es la Buena Nueva de Jesucristo. Hacer lo contrario es hacer daño en lugar de construir la comunidad de fe y atraer a otros a una relación correcta con Dios y la humanidad a través de Jesucristo. Es más, el camino de Jesucristo no es dirigido hacia la exclusión, sino que a la inclusión. Como Jesús, el rostro de la misericordia del Padre, lo ha hecho muy claro, Dios desea que todos se salven. La salvación de cada persona es determinada por la disposición de uno en responder, con humildad, al plan de salvación de Dios.

 

El 9 de Septiembre, recordamos el testimonio heroico de las virtudes mostradas tan bien en la vida y el servicio de San Pedro Claver. Nacido en Junio de 1581 y destacado por su inteligencia y piedad mientras estudiaba en la Universidad de Barcelona, ​​San Pedro Claver se convirtió en un sacerdote Jesuita y misionero Español. Llegando a estar muy perturbado por el duro trato y condiciones de vida de los esclavos negros traídos de África a las Américas, él dedicó su vida y su ministerio al servicio de aquellos que son despreciados por la sociedad –como el Papa Francisco diría. En lugar de ser conducidos por el enojo y la desesperación, San Pedro Claver eligió actuar en fe, esperanza y caridad. Según los informes, al bautizar a más de 300,000 durante sus 38 años de servicio a los esclavos Africanos, San Pedro Claver se refirió a sí mismo como "el esclavo de los esclavos para siempre."

 

Al igual que San Pedro Claver atrajo una gran atención a la situación difícil de los derechos humanos y la dignidad de los esclavos Africanos, nuestro anuncio del Evangelio debe dar un testimonio creíble de la dignidad y los derechos de cada ser humano. Sólo al llevar al corazón las instrucciones de Jesús de quitar la viga de madera de nuestros ojos antes de intentar quitar la paja del ojo del otro podemos ir más allá de nuestros miedos, malentendidos, auto-justificación, venganza e incluso indiferencia. Sólo entonces encontramos formas de responder en lugar de reaccionar ante la injusticia. Violencia engendra violencia. La muerte engendra muerte. El mensaje del Evangelio nos llama a ser testigos de la misericordia, la paz, el perdón, la humildad, la justicia y la vida. Debemos ser conductos de diálogo, afirmado en la cortesía, la compasión, la valentía y la competencia hacia el respeto mutuo y la confianza.

 

Para los Cristianos, el anuncio del Evangelio en palabra y acción no es una opción.

Al igual que San Pablo, estamos obligados a anunciarlo...y ay de nosotros si no lo hacemos. A pesar de las diferencias políticas, étnicas, ideológicas o religiosas, primero tenemos que mirarnos los unos a los otros como hermanos y hermanas en lugar de mirarnos como problemas o amenazas por resolver. El quitar la viga de madera de nuestro propio ojo primero incluye ver si estamos contribuyendo al problema en lugar de ser parte de la solución; cómo podríamos estar planteando una amenaza o una preocupación en lugar de una segura amistad a los demás. Todas las vidas, ciertamente, importan para Dios. Deben de importarnos a nosotros. El máximo acto de la proclamación del Evangelio es abrazar la cruz. Al abrazar la cruz con Jesucristo, nuestro Salvador, podemos perdonar en lugar de condenar, amar en lugar de odiar, levantar en lugar de derribar, e, incluso, atrevernos a absorber en lugar de perpetuar la injusticia. El camino del Evangelio de Jesucristo no es el más fácil; pero es el único medio real de establecer una verdadera paz.