Southwestern Indiana's Catholic Community Newspaper
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Homilía - Oración Solemne De La Noche

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BISHOP JOSEPH SIEGEL

Queridos amigos, con mucha alegría y con un poco de inquietud me reúno en oración con ustedes en esta Catedral, en la vigilia de mi instalación como el sexto obispo de Evansville. Gracias por su presencia, especialmente aquellos que viajaron una gran distancia.

Agradezco al Arzobispo Christopher Pierre, representante personal del Santo Padre en los Estados Unidos, por presidir la Oración de esta noche, con su apoyo y animo que me ha demostrado.

Fue un gran placer saludar formalmente a los representantes de los sacerdotes y a los diáconos, religiosos y fieles de toda la diócesis.

Tengo la seguridad de que voy a estar muy comprometido de servirlos con lo mejor que pueda y pido sus oraciones para que pueda ser un pastor sabio, fiel y valiente después del corazón de Jesús.

También estoy agradecido por la oportunidad de saludar a muchos funcionarios locales ecuménicos, interreligiosos y cívicos. Ustedes nos honran a todos con su presencia. Espero con ansias trabajar con ustedes para abordar los problemas de la comunidad, atender las necesidades comunes y trabajar para lograr una vida mejor para todas las personas en el suroeste de Indiana.

Hay una historia acerca de San Juan Vianney, un santo pastor que vivió en el siglo XIX (Diecinueve), que relata cómo el santo se perdió viajando en su primera asignación parroquial en el pequeño pueblo francés de Ars. Conoció a un muchacho de la aldea en el camino, quien le dio instrucciones. En respuesta, le dijo al muchacho: "Me has mostrado el camino a Ars. Te mostraré el camino al cielo".

Con  las maravillas de un GPS, no me perdí viniendo a Evansville, mi responsabilidad como obispo y la de todos nuestros pastores, seguirá siendo la misma que la del pastor santo: ayudar a dirigir a la gente de esta Diócesis al cielo.

En el misterioso plan de Dios, Él me llamo,  así de indigno y limitado como soy, primero para servir como un diácono, luego como sacerdote y ahora por medio de la autoridad Petrina del Papa Francisco, como el obispo de esta Iglesia local.

Como obispo, seré llamado a guiar al pueblo santo del Señor por medio de mi triple oficio de santificación, predicación y gobernación. Siempre modelando mi ministerio con el de Jesús, el Buen Pastor, debo guiarlos en la unidad de fe, adoración y servicio.

En nuestra lectura de la Carta a los Efesios, San Pablo habla de tal unidad como le suplica a la comunidad cristiana y realmente con nosotros también, para luchar por la unidad. Él nos recuerda que hemos sido formados por el Espíritu Santo en una sola comunidad, unidos en un solo Señor, una sola fe y un solo bautismo; y nuestra familia espiritual debe ser nutrida por nuestra humildad, gentileza, paciencia y tranquilidad.

Sin embargo, dentro de esta unidad, Dios ha otorgado diversos dones espirituales para ser usados ​​para el bien de todos, para edificar el cuerpo de Cristo.

Debemos discernir los dones que Dios nos ha dado a cada uno de nosotros y luego usar esos dones para continuar con la misión que Jesús le dio a su Iglesia, es decir, para trabajar por la salvación de las almas a través de la predicación del Evangelio, la celebración del Eucaristía y de los sacramentos, mediante el servicio a todas las personas, especialmente a los necesitados. Esta misión no es solo para mí como obispo, ni para los sacerdotes, diáconos y religiosos.

A todos nos dieron el mandado en nuestro Bautismo: salir y evangelizar como discípulos misioneros, proclamando con nuestras palabras y con el ejemplo de nuestras vidas, nuestra fe en el Señor Jesús. Estamos llamados a trabajar con todas las personas de buena voluntad para construir una cultura de vida, justicia, paz y bondad en nuestras comunidades y en nuestro mundo.

Más que nunca, nuestra sociedad necesita sanar heridas de divisiones y trabajar juntas para servir al bien común. Estamos llamados a ser instrumentos de paz y reconciliación. Será mi responsabilidad, junto con nuestros sacerdotes y diáconos, a ayudarlos a equiparse a ustedes para este trabajo de evangelización y servicio.

Por supuesto, sabemos que vivir y proclamar la fe no siempre es fácil o popular. Cristo mismo nos dijo que seguirlo implicaría llevar su cruz. Sin embargo, es muriendo a nosotros mismos, nuestras comodidades y preferencias que nuestras vidas y esfuerzos puedan dar frutos reales, individualmente y como Iglesia.

San Juan de la Cruz, cuya fiesta celebramos hoy, fue verdaderamente heroica al hacer honor a su nombre, porque la cruz marcó su vida como reformador, místico y teólogo. De hecho, fue en uno de los momentos más bajos de su vida, cuando sufrió un encarcelamiento y persecución a manos de su propia orden, que tuvo una de sus experiencias místicas más profundas, y escribió sobre ella su clásico espiritual: "El Cántico espiritual".

Su ejemplo de su vida es un recordatorio viviente para nosotros de las palabras de San Pablo que cuando permitimos que Dios llene nuestra debilidad y nuestro vacío, entonces encontramos verdadera fortaleza y plenitud. A pesar de toda la obra de San Juan renovando a los Carmelitas, sus profundas experiencias espirituales, su popularidad como director espiritual, San Juan resumió la vida cristiana de esta manera: "En la noche de la vida, seremos juzgados solo por el amor".

Y así, mañana, cuando la Diócesis comience una nueva era con un nuevo pastor, recemos por la gracia de vivir nuestro amor a Dios en nuestro amor mutuo, tal como San Pablo nos instruyó, utilizando nuestros dones para construir la Iglesia en estos 12 condados, siempre unidos en la fe, la esperanza y la caridad.

Que María, la Madre de Dios, nuestra patrona, ruegue por nosotros, para que podamos ser cada vez más testigos fieles de su Hijo. Para que a través de nuestras palabras y acciones, Jesucristo sea alabado, tanto ahora y para siempre. ¡Amén!